Thursday 29 August 2013

El librero


Hoy he recibido una llamada de un número desconocido. Era mi librero favorito que me llamaba para avisarme de que el libro que había encargado hace unas semanas ya estaba disponible y que podía ir a buscarlo. Cuando lo encargué el tipo me dijo que como pronto lo tendría la primera o segunda semana de septiembre porque iba a tomarse vacaciones las últimas semanas de agosto, así que mi reacción fue de sorpresa al oírle decir que hoy mismo podía ir a buscar el ejemplar.
Cuando llegué a buscarlo allí estaba él, comentando una anécdota de un libro que acababa de leer con una clienta sobre como sería si Sócrates entrara en el Congreso de los Diputados y empezara a cuestionar la posición de los parlamentarios (sobra decir que el solo hecho de imaginarlo es bastante cómico). Le pregunté que qué tal las vacaciones, me contestó que bien- que las vacaciones siempre iban bien-, pagué mi libro y salí con una sonrisa considerable.
Llevo yendo a esta librería unos siete años y llevo siete años sintiendo curiosidad por este hombre. Un hombre del pueblo que conoce a todo el mundo y que es conocido por todos por ser el librero que vende libros que ha leído, que no es lo más común hoy en día. Parece el típico hombre que me gustaría tener en las cenas de navidad, con el que se puede entablar una conversación de horas sobre todo y nada. No sé bien bien si me lo imagino como mi tío o como mi abuelo...
Hace siete años como mi abuelo, claramente. Me lo imaginaba sentado en una biblioteca antigua de madera de roble rodeado de libros con polvo, unas zapatillas de ir por casa, una bata y una pipa. Me imaginaba pasando las vacaciones de navidad en su enorme mansión –en la que vivía solo, por supuesto- y entrando en la biblioteca para darle las buenas noches. Él me daría las buenas noches también y me buscaría alguno de esos libros que dan los abuelos, como los de Julio Verne, que nunca me gustaron, pero que si hubiera tenido un abuelo así, quién sabe...
Pero ahora me lo imagino un poco más como un tío loco, con mucha experiencia (sobre todo entre comunistas) contando anécdotas en la mesa de navidad que incomodan a los comensales más conservadores. Anécdotas como dónde estaba el 23 de febrero del 81 y cómo al ver las noticias se subió al 600 con su novia de entonces, algo de ropa, pasaporte, el carnet del partido comunista y fueron hacia Francia por si todo salía mal (“maldito país, siempre hacia atrás” maldiría).
No sé si estas son las fantasías de alguien sin abuelos o de alguien que ha visto demasiadas películas, pero qué entrañable es gastar dinero en libros si además te acompañan estas fantasías.