Ya estoy de vuelta y lista para volver a la rutina (o no tan lista), pero antes vamos a dejar un poco de constancia de nuestra escapada a la capital.
Llegamos a Madrid el jueves con toda la tarde por delante... después de dar mil vueltas por Malasaña conseguimos encontrar el hostal en el que ibamos a hospedarnos. Un edificio antiguo con habitaciones con literas y baño que compartíamos con una chica portuguesa, que no hablaba y que cada noche hacía la maleta como si se fuera a la mañana siguiente, y con un chico australiano que estaba descubriendo la historia y la belleza del viejo mundo. El edificio tenía un patio interior que daba a una cocina comunitaria perfectamente equipada y al recibidor que tenía sofás y servicio de café y té tooodo el día. Muy chuli, si alguien tiene pensado ir a Madrid, el hostal es este.
Muertas de hambre decidimos buscar el sitio más cercano para comer algo y, como no, terminamos comiendo pizza en la Plaza Dos de Mayo en el centro de Malasaña. Hacía un tiempo genial que al cabo de unas horas pasó de genial a horrible y se mantuvo horrible... digamos que se mantendrá horrible hasta septiembre.
Decididas a aprovechar el día empezamos a andar, sin saber bien bien a donde porque orientarse por primera vez en Madrid resulta muy muy complicado con todas las subidas, bajadas, sin mar ni montañas como puntos de referencia, empezamos a andar calle abajo hasta que llegamos al centro. Para entonces hacía tanto calor que empezamos a meternos en tiendas para soportarlo. Pero entonces, de forma casi milagrosa, en un bar de tapeo nos ofrecieron una jarra de cerveza y un montadito gratis si les poníamos me gusta en facebook... glorioso.
De vuelta a Malasaña mirando tiendas encontramos una tienda de lanas y bisutería donde compré algunas telas y cositas para futuros proyectos de patchwork y ganchillo... a ver qué sale.
La chica que trabajaba allí nos recomendó tiendas, cafeterías y restaurantes y como empezabamos a tener hambre decidimos investigar uno de ellos: El Jardin Secreto... compartimos un pollo tandoori con verduras asiáticas (nada espectacular) y un té helado riquísimo, pero lo que realmente valía la pena era el lugar, con decoración en cada rincón y unos camareros muy simpáticos... aunque en todo el viaje creo que no hubo nadie que no lo fuera.
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